miércoles, 28 de julio de 2010

El café, una historia de seducción, traición y ambición


El café, como lo cuenta la leyenda, fue descubierto primeramente en Etiopía por un pastor que observó los efectos que tenían ciertas cerezas en sus cabras. Notó que se tornaban impasibles e inquietas. Cuando lo probó en su persona notó esa fuerza revitalizadora y pronto se propagó entre los demás pastores, hasta convertirse en uno de sus bocados favoritos. Mezclado con grasa de animal, lo utilizaban para los viajes de pastoreo, que podían llegar a durar días. De alguna manera, nació la primera barra de café!! A través del Imperio Otomano, el café comenzó a propagarse por el resto del continente, y su historia pronto se vio ensombrecida por los enredados vicios del ser humano de envidia, traición, y ambición.

A fines del siglo XVI, botánicos y exploradores europeos escucharon el rumor de una nueva planta de África. A medida que el murmullo crecía, también lo hizo el deseo de comercializarlo por los viajantes europeos. Puesto que se tenían ya establecidas las rutas comerciales en esa parte del mundo, vieron viable su distribución. Por tanto, obtener el grano de café era el siguiente paso. A principios del siglo XVII, los primeros envíos de café arribaron a Venecia, lo que detonó el lucrativo y exitoso negocio de la exportación de café.

Atentos al potencial económico del grano en el Viejo Mundo, y sensibles a la ambición desmedida de los comerciantes europeos, los árabes encontraron la manera de guardar celosamente el grano por más de un siglo. Hicieron lo imposible para asegurarse de que ningún grano que saliera de sus costas pudiera germinar. Para lograrlo, hervían el grano en verde o lo almacenaban por varios años en forma de pergamino, y mantenían una fuerte distancia de sus sembradíos para los extranjeros. Por 100 años, Yemen permaneció como la única fuente de café para el mercado europeo.

Sus celos no eran en vano. Los holandeses se involucraron rápidamente en el negocio del comercio del café. Industriosos de origen, consideraron que sería más lucrativo aún si cultivaban sus propios plantíos y comercializaban con ellos. Aparte de tener la mejor flota mercante del mundo, tenían también científicos y botánicos altamente entrenados. Sólo les faltaba la planta de café.

Intentaron comprarla primeramente, lo cuál les fue negado. Pretendieron buscar la fuente de origen y obtenerla, pero no pudieron siquiera descubrir cómo era la planta. Finalmente, después de algunos intentos, lograron corromper a un comerciante árabe, y en una caravana hacia Yemen, hurtaron la planta y la llevaron a Holanda. Para su sorpresa, notaron que en tierras Europeas la planta no se desarrollaba. Consideraron que el clima no favorecía su desarrollo. Su ambición los llevó a una de sus colonias en las Indias Orientales, a Java, donde la planta floreció. Pronto, las plantaciones de café se extendieron en la isla, y de ahí las llevaron a otras colonias como Sumatra, Timor y Bali. Como lo habían codiciado, para el año de 1702 sus propias cosechas de café iban camino a Europa.

Por esos años, un miembro de la realeza holandesa le obsequio al rey francés Luis XIV un cafeto para su jardín botánico (al parecer estaba muy de moda tener jardines botánicos en aquellas épocas). Los franceses, seducidos ante las fortunas que estaban amasando los holandeses, anhelaron inmediatamente crear su propio imperio a partir de este fruto. Le encomendaron al botánico de la corte el desarrollo en serie de la planta, pero al cabo de un tiempo advirtió lo que años atrás le había ocurrido a los holandeses: la planta no se desarrollaba en tierras europeas.
Un buen día, el botánico se topó al guarda maestre de un barco francés que viajaba a las Antillas, y este le encomendó a su capitán artillero, un tal Le Clieux, la tarea de llevar el cafeto a tierras americanas y perpetuar su crecimiento, para bien de su patria. Le Clieux tomó la comanda muy en serio, y durante la larga travesía cuidó y procuró al cafeto de todas las atenciones. Su esmero y preocupación fue tal, que llegado un momento del viaje en que el agua escaseó, Le Clieux compartió su ración con la planta, poniendo en riesgo su vida. Su afán por convertirse en el personaje que diera gloria a su país y la ambición por obtener de esto grandes ganancias llevaron a varios tripulantes de la embarcación a desear la planta. Estos mismos sentimientos hacían que Le Clieux la defendiera con tal arrebato, y en un momento de la travesía, algún tripulante, invadido por la envidia de no poseer el cafeto, prefirió destruirla, a ver que alguien más se llevara la gloria.

El cafeto corrió con tal suerte que logró sobrevivir el viaje y se convirtió en el ancestro de todas las plantaciones que actualmente crecen en el continente americano, entre ellas las de México.
La esclavitud y los trabajos forzados fueron la única vía para costear la producción de café y poder satisfacer la insaciable demanda mundial en los años venideros.



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